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Un tanto ebrio vuelvo de mis ocios nocherniegos, que no son horas ni
fechas para andar sereno por una Villa y Corte lacerada por las flamas del
estío. Mas llego gozoso porque he escuchado en una taberna nuevas coplas, y por
mi santiguada que son ciertas, pues siguen al punto la historia donde la dejó
Vuesarced, don Ferrán. Leedlas y decidme (aunque no respondo de su traslado
fiel, ya que, como Neruda, confieso que he bebido).
Cierto es que no fue
en la ignota
Jauja, y tampoco en
Pekín;
pero en la Tercia de
Mota
la voz que Santiago
explota
sonó a chino
mandarín.
Y en medio de aquel
trajín
(y viendo que se
alborota
el alcalde
calvorota),
Dativo, a Santiago
afín,
viró al bando de la
bota.
¡Y se aplicó tan ruïn
al néctar que de allí
brota,
que aquella noche sin
fin
Pedro lo halló en San
Martín
roncando como
marmota!
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En la cantina donde suelo
tomar el vermú (de Reus, nunca italiano, y siempre de barril) andaban cantando
unas coplas, las cuales conocí enseguida que eran quintillas. Arrimé la oreja y
oí que repetían punto por punto las que aquí hemos traído. Y mi sorpresa se
trocó en gozo cuando vi que no se detenían en aquellas últimas que mi señor el
Conde nos dio a conocer, sino que las continuaban de esta manera:
Como marmota roncaba,
como discreto dormía,
y como varón soñaba;
y el pantalón se le
alzaba
por do más pecado
había.
Y un alguacil
rezongón,
ceñudo, torvo y con
saña
díjole: “Mi señor
don,
ate usté esa
perversión
que ya tenemos
cucaña".
Y ve Pedro,
pensativo,
que no les saldrá de
balde
acto tan provocativo;
pero ¿harán preso a
Dativo
siendo el calvorota
alcalde?
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Caros discretos: no suelo atender los
tarareos de hogaño, harto serviles al transistor y sus principales, pero puesto
en alerta por los curiosos hallazgos de vuesas mercedes, he parado en atender
el canturreo de una moza cajera del mercadona, que, sorprendida pero halagada,
ha tenido a bien repetirme estas quintillas que parecen (sólo parecen) ultimar
las aventuras de noche tan famosa como cantada:
Por suerte en la
relación
deste acusado
desastre
faltaba entrar en
acción
fémina moderación,
¡no se nos castre al
pollastre!
Muy fina ella,
Isabel,
por no meter la nariz
en asuntos de cimbel,
puso al gato el
cascabel,
-donosa como Dombriz-
desviando la atención
do más algarada
había:
"¿No son
aquellos, por Dios,
los hijos del
regidor?
Corra a callarlos
usía,
pues no es hora de
crianzas";
Y así acabó la
canción,
termináronse las
chanzas...
Y de todos las
andanzas
cada cual en su
jergón.
Ultima el Conde:
¡Por mi santiguada que las quintillas ya son
famosas en todo el reino de su Católica Majestad! Andaba yo hace un par de días
por la hermosa Pamplona, y al hacer mi obligada parada en la terraza del Café
Iruña, mantuve este diálogo con el mozo que me servía mi jarra de cerveza
helada:
-¿Viene de lejos el señor?
-De Madrid vengo.
-¿De la Villa y Corte? ¿Y no sabrá decirme, por ventura,
si son ciertas las andanzas de cuatro esforzados madrileños que andan en coplas
por estos pagos? El ciego aquel -dijo apuntando a un mendigo parado junto al
imponente castillo musical de la plaza- no cesa de cantarlas.
Mi asombro fue,
al escuchar el monótono recitado del ciego, que no solo se ajustaban como de
molde a las rescatadas aquí por micer Ferrán, por maese Pedro y por mí, sino
que agregaban otras cuatro que se me antojan de la misma mano que las
anteriores, pues retoman el hilo donde se había quedado. De hecho, paréceme que
son el broche de la historia. Vuesas Mercedes, doctos cofrades, dirán si son o
no son las últimas.
Por un guiño del
destino,
Dativo la pena evade
y se vuelve por do
vino*,
que el alcalde es su
cofrade
en la secta de
Calvino.
A la par, con Isabel,
Pedro deja San
Martín;
y aunque han escrito
"Motel",
el navegador infiel
para en Mota su
trajín;
do a Santiago (que
comercia
con musas desde
maitines)
le han echado los
mastines,
que en la Tercia no
se tercia
adoctrinar con
latines.
¡Oh, qué cíclica
derrota!
¡Los cuatros juntos
al fin
tras la alegre
chirigota
entre San Martín y
Mota,
entre Mota y San
Martín!
*Hacía en este punto de su recitado, el desvergonzado
invidente, un ostentoso gesto de empinar el codo.