lunes, 21 de agosto de 2017

Ocios de (este) estío (3). Quintillas de una afamada noche


  
A lo que añade el Conde:






   Un tanto ebrio vuelvo de mis ocios nocherniegos, que no son horas ni fechas para andar sereno por una Villa y Corte lacerada por las flamas del estío. Mas llego gozoso porque he escuchado en una taberna nuevas coplas, y por mi santiguada que son ciertas, pues siguen al punto la historia donde la dejó Vuesarced, don Ferrán. Leedlas y decidme (aunque no respondo de su traslado fiel, ya que, como Neruda, confieso que he bebido).

Cierto es que no fue en la ignota

Jauja, y tampoco en Pekín;

pero en la Tercia de Mota

la voz que Santiago explota

sonó a chino mandarín.


Y en medio de aquel trajín

(y viendo que se alborota

el alcalde calvorota),

Dativo, a Santiago afín,

viró al bando de la bota.

¡Y se aplicó tan ruïn

al néctar que de allí brota,

que aquella noche sin fin

Pedro lo halló en San Martín

roncando como marmota!


   Da continuación el de Calatrava:






   En la cantina donde suelo tomar el vermú (de Reus, nunca italiano, y siempre de barril) andaban cantando unas coplas, las cuales conocí enseguida que eran quintillas. Arrimé la oreja y oí que repetían punto por punto las que aquí hemos traído. Y mi sorpresa se trocó en gozo cuando vi que no se detenían en aquellas últimas que mi señor el Conde nos dio a conocer, sino que las continuaban de esta manera:

Como marmota roncaba,

como discreto dormía,

y como varón soñaba;

y el pantalón se le alzaba

por do más pecado había.


Y un alguacil rezongón,

ceñudo, torvo y con saña

díjole: “Mi señor don,

ate usté esa perversión

que ya tenemos cucaña".


Y ve Pedro, pensativo,

que no les saldrá de balde

acto tan provocativo;

pero ¿harán preso a Dativo

siendo el calvorota alcalde?
   Tercia el aludido Maese Pedro






   Caros discretos: no suelo atender los tarareos de hogaño, harto serviles al transistor y sus principales, pero puesto en alerta por los curiosos hallazgos de vuesas mercedes, he parado en atender el canturreo de una moza cajera del mercadona, que, sorprendida pero halagada, ha tenido a bien repetirme estas quintillas que parecen (sólo parecen) ultimar las aventuras de noche tan famosa como cantada:

Por suerte en la relación

deste acusado desastre

faltaba entrar en acción

fémina moderación,

¡no se nos castre al pollastre!


Muy fina ella, Isabel,

por no meter la nariz

en asuntos de cimbel,

puso al gato el cascabel,

-donosa como Dombriz-


desviando la atención

do más algarada había:

"¿No son aquellos, por Dios,

los hijos del regidor?

Corra a callarlos usía,


pues no es hora de crianzas";

Y así acabó la canción,

termináronse las chanzas...

Y de todos las andanzas

cada cual en su jergón.




Ultima el Conde:

   ¡Por mi santiguada que las quintillas ya son famosas en todo el reino de su Católica Majestad! Andaba yo hace un par de días por la hermosa Pamplona, y al hacer mi obligada parada en la terraza del Café Iruña, mantuve este diálogo con el mozo que me servía mi jarra de cerveza helada:
-¿Viene de lejos el señor?
-De Madrid vengo.
-¿De la Villa y Corte? ¿Y no sabrá decirme, por ventura, si son ciertas las andanzas de cuatro esforzados madrileños que andan en coplas por estos pagos? El ciego aquel -dijo apuntando a un mendigo parado junto al imponente castillo musical de la plaza- no cesa de cantarlas.
   Mi asombro fue, al escuchar el monótono recitado del ciego, que no solo se ajustaban como de molde a las rescatadas aquí por micer Ferrán, por maese Pedro y por mí, sino que agregaban otras cuatro que se me antojan de la misma mano que las anteriores, pues retoman el hilo donde se había quedado. De hecho, paréceme que son el broche de la historia. Vuesas Mercedes, doctos cofrades, dirán si son o no son las últimas.


Por un guiño del destino,
Dativo la pena evade
y se vuelve por do vino*,
que el alcalde es su cofrade
en la secta de Calvino.

A la par, con Isabel,
Pedro deja San Martín;
y aunque han escrito "Motel",
el navegador infiel
para en Mota su trajín;

do a Santiago (que comercia
con musas desde maitines)
le han echado los mastines,
que en la Tercia no se tercia
adoctrinar con latines.

¡Oh, qué cíclica derrota!
¡Los cuatros juntos al fin
tras la alegre chirigota
entre San Martín y Mota,
entre Mota y San Martín!








*Hacía en este punto de su recitado, el desvergonzado invidente, un ostentoso gesto de empinar el codo.

miércoles, 16 de agosto de 2017

Ocios de (este) estío (2). Quintillas de una afamada noche

  El sábado 29 de julio tuvo la Discreta Academia dos convocatorias, la una con Don Santiago López Navia en Mota del Cuervo, y la otra de don Pedro Mariné en la no menos remota villa de San Martín de Valdeiglesias.
  A disyuntiva tan apetitosa enfrentáronse los discretos como el burro de Buridán, no pudiendo acudir a una por no desmerecer a la otra.

  Quizá remordidos por tan asnal pecado, se afanaron en averiguar del pueblo llano unas quintillas que, a modo de copla, andaban de boca en boca cantando la crónica de tan memorable ocasión.

  Y así, el Conde de Abascal escribió:

  Caros discretos:
  Me enoja mucho que los cronistas oficiales de todos los Reinos, a cada paso más hobachones, aún no se hayan aplicado a la honrosa labor de agasajarnos con una cumplida y cabal relación de los dos magnos eventos con que anoche La Discreta, por mor y gentileza de dos de sus más esforzados paladines, volvió a asombrar al Orbe todo. El vulgo indocto, más vivo a la hora de olisquear la trufa de lo ameno, ya se ha hecho lenguas por vía de una ristra de quintillas anónimas que, desde maitines, vengo escuchando por los mentideros de la Villa y Corte. Como las he tomado de oído, solo recuerdo tres; pero seguro que muchos discretos han tenido nuevas de otras.

Entre Mota y San Martín

y entre San Martín y Mota

dio La Discreta un festín

que, para el vulgo malsín,

fuera jamón de bellota.


Pues cuando Santiago trota

y, a lomos de su rocín,

huella La Mancha remota,

del uno al otro confín

todo el mundo se aquijota.


Y Pedro (Discreto al fin,

aunque con la arteria rota)

le replica cantarín,

si no en román paladín,

sí, por mi fe, nota a nota.


   A lo que Ferrán de Calatrava responde:





   Y pues v.m. pide que se le envíen cuantas quintillas hayamos podido recabar acerca de esos dosmemorables eventos discreteriles, aquí van las que yo pude oír; las cuales, si no dan completa noticia de todo lo acontecido en tan señalado día, sí al menos refieren algún curioso detalle digno de felice recordación.




Habla en la Tercia Santiago

(¡prodigio de erudición!)

y entre crítica y halago

da discretamente un trago

(¡cómo cuida su dicción!).


Y es tan fértil cuanto brota

de su florido magín,

que cuentan por todo Mota

que entró en la Tercia un idiota

y salió hablando latín.


Entretanto en San Martín,

ante un público pasota,

deja Pedro el camarín,

llega hasta su clavecín

y la plaza se alborota.


Y ora un tiento de cerveza,

ora un tiento del porrón,

no hay una sola cabeza

que tenga la gentileza

de hacer caso a la actuación.


Mas con tanto botellín

y tanto vino de bota,

se malicia san Martín

que no alcanzará el serrín

para cubrir tanta pota.


Cuente el viejo al benjamín

que esta discreta chacota

no fue en Jauja ni en Pekín,

fue entre San Martín y Mota,

fue entre Mota y San Martín.



   



viernes, 11 de agosto de 2017

Ocios de (este) estío (1). El señor conde de Abascal a punto de sucumbir en las aguas del Danubio

Abochornados, más bien, desconcertados, por los vaivenes de este raro estío de la Villa y Corte de los que ya no escapa ni el experto primo del señor presidente del gobierno, nos sacude la noticia de que el señor Conde de Abascal, que en compañía de su señora, doña Ana, disfrutaba de unos días de merecida holganza allende nuestras fronteras, está a punto de irse a pique en las aguas del Danubio.

En palabras de nuestro discreto comunicante: El barco en el que surcaban las aguas del Danubio comenzó a arder y a amenazar con catastrófico desenlace. La tripulación dispuso la evacuación del pasaje, que fue rescatado por un barco británico que por allí pasaba.

Después de unos días de desconcierto y congoja, por fin el propio Conde de Abascal nos hace llegar una nota tranquilizadora:

Pensé yo que me tocaba remojarme los venerables tegumentos por segunda vez, al cabo de treinta años, en el proceloso Danubio, y que tomaban cumplida venganza de mí las musas por aquel soneto en que relaté cómo, otrora, lo había cruzado in puribus (“Cuando surqué sus ciénagas remotas/ dejándome las ropas en el suelo,/ gritaban las vienesas con gran duelo:/ ¡Catad que os ve el Danubio las pelotas…”)

Y añade:

Yo nunca temí (¡salvo por mis muchos pecados!), porque al punto pensé: Si Garcilaso creyó que había de acabar sus días en mitad del Danubio, y al fin salió indemne y aun crecido, ¿no han de venir a rescatarme a mí?

Añadiré, en cualquier caso, que me enojó mucho que la embarcación que acudió a socorrernos luciera bandera inglesa. Pero antes de saltar, pregunté desde mi cubierta si eran corsarios o anglicanos. Me juraron que no, y así, a regañadientes, pasé.


Por mor de las noticias de este feliz desenlace, todo lo que al principio fueron dudas y zozobras se transformaron en pocas horas en algazaras y celebraciones, y muchos discretos y discretas, admiradores y servidores agradecidos de la Casa de Abascal, inundan nuestra redacción con todo tipo de parabienes. Algunos en la forma de soneto, al hilo del suceso, y otros, a modo de quintillas, que recogen otros acontecimientos de La Discreta Academia de este estío y que estamos seguros serán muy del gusto del señor Conde y señora. Iremos publicando algunos de ellos, comenzando por el soneto que nos hace llegar Tediato (bien conocido por su célebre diccionario):  

Suceso que fue famoso
del naufragio abascalino

Jamás viera el Danubio proceloso
prodigio tan notable y celebrado
como el que vio aquel día señalado
por el valor del Conde victorioso.

Fuese su barco a pique, mas, calmoso,
mientras crecía el agua en el sollado,
se encaramó a la cofa confiado
y dijo desde allí grave y donoso:

“¡No mengüe agora, hermanos, vuestro brío!
¡No habremos de morir en las remotas
ondas de aqueste cauce tan valiente!”

Tal dijo, y arrojose luego al río,
y fueron salvavidas sus pelotas
triunfantes del fragor de la corriente.


Tediato