lunes, 4 de abril de 2016

Impresiones de paso o miradas desde el tren de la vida

(El pasado 18 de marzo, en la librería "La impossible" de Barcelona, se presentó "Impresiones de paso", el último poemario de Santiago López Navia, editado por La Discreta. En el acto, además del autor, participaron José Luis García Herrera, Miquel Lluís Muntané y Guillem Vallejo. Transcribimos a continuación lo que en ese acto dijo el poeta José Luis García Herrera.)




"En la ventana todo palpitaba
como fundido en mí. Yo aún no sabía
que nunca fue tan rápido mi paso
y nunca fue tan mío aquel paisaje."

Este breve poema, el número quince, del apartado "Las vías y las horas" que encabeza el primer capítulo de la segunda parte del libro, titulada "Trenes", reúne y resume, creo, en estos cuatro versos, la gran parte, en mi modesta opinión, de la esencia de Impresiones de paso.

Santiago López Navia, quienes le conocemos, quienes hemos tenido la fortuna de leerle con anterioridad, sabemos que es un gran observador. Un observador perspicaz. Y los que leáis este libro podréis traslucir esta particularidad en la práctica totalidad de los poemas.

Y un gran observador está siempre detrás de una ventana (ya sea física o figurada) contemplando la vida y, en especial, trascendiendo más allá de lo aparente, más allá de lo que vemos, o creemos ver, a simple vista. La realidad (o lo que pensamos que es la realidad) es una, pero compuesta de pequeños fragmentos que, a veces, para una gran mayoría, son prácticamente imperceptibles. Pero, para aquellos que no somos capaces de distinguir esas pequeñas muestras de realidad, contamos, afortunadamente, con la poesía de Santiago para verlas, reunirlas y para disfrutarlas.

El final del segundo verso y el tercero nos dan idea clara de la fugacidad de la vida, de ese trayecto en el que estamos embarcados y nos depara infinidad de emociones –agradables o dolientes– de situaciones –agradables o agobiantes–, en ese viaje que realizamos en un tren que no hace paradas y al que todos subimos y bajamos, aunque no nos lo parezca, tan solo una vez. Esa es la tragedia del viajero, de todo viaje: que el tiempo pasa veloz mientras nos detenemos a contemplar todo lo que vemos y, al instante, pasa a ser pasto del tiempo, del pasado, de la nada... Por eso el artista (ya sea poeta, pintor, escultor, etc.) intenta con su obra dejar atrapado ese espacio de tiempo vivido.

El verso que dice, más o menos, "Nunca fue tan mío aquel paisaje" me sugiere, nos sugiere, la idea de que jamás somos del todo conscientes de que todo lo que vivimos en el presente será nuestro legado cuando miremos hacia atrás. Y, más concretamente, cuando miremos hacia la etapa de la infancia en la que, por supuesto, jamás llegamos a imaginar que, desde la edad madura, nos miraríamos con los ojos vidriados de la emoción. Y sí, aquel paisaje fue nuestro, aquel paisaje que iba quedando atrás, a medida que el tren seguía, infatigable, firme, persistente, su rumbo.

Para mí, este libro, Impresiones de paso, incide sobre estos aspectos desde la visión de un poeta que, como ya he dicho, desea ver más allá de lo puramente aparente.

Debo reconocer, y reconozco abiertamente, que poseo una afinidad, en términos poéticos (y creo que en otros) con Santiago López Navia. Desde la lectura del primer verso de este libro sentí que había una conexión entre su manera de ver y de escribir y entre mi manera de leer y de percibir. Me seduce, y creo que a muchos de los que lean este libro les pasará de un mismo modo, la manera en la que Santiago afronta el poema y cómo va desgranando, verso a verso, su mundo y sus ideas. Una manera de escribir que, de manera directa, sin ambages, establece una relación muy particular con el lector, una complicidad que se genera desde el primer poema, desde el primer verso, porque la poesía de López Navia busca, como decía Aleixandre, "la comunicación", compartir, mostrar esas vivencias de una manera diáfana, clara, y revestida, únicamente, o especialmente, de esa emoción que nace de la mirada que trasciende, que ahonda en el interior, de aquello que no se ve pero, no por ello, deja de estar presente en todos nosotros.

El título del libro es franco y transparente, Impresiones de paso. Al leerlo tenemos una certeza, más o menos relativa, de lo que nos vamos a encontrar. Y esa misma transparencia, esa misma certeza, esa, podríamos decir, "mano tendida", es la que nos lleva a tomar el libro y ver cuáles son esas impresiones y qué lugares son los que ha transitado el poeta. Abrimos el libro, ya sea al azar o buscando el prólogo, y nos encontramos que está dividido en tres partes. No sé si el hecho de que sean tres partes es un tema casual. Yo creo que no. Creo que son tres los aspectos de su paso por la vida, de su caminar por el mundo, los que Santiago nos ofrece. La mirada, "la impresión" del viajero, del viajero que huye de las postales turísticas para adentrarse en la realidad de la vida cotidiana. La mirada del hombre que atraviesa la vida en el tren del tiempo y contempla, con los ojos de hoy y de ayer, su paso por la vida, el equipaje de la memoria; y la mirada del hombre que vive en una gran ciudad donde la prisa es la que marca el ritmo de los días y donde nadie, o casi nadie, tiene el momento necesario para detenerse y ver esas pequeñas cosas, esas pequeñas paradojas que suceden a nuestro alrededor.  El poeta ve y, sobre todo, lo que desea es "dar a ver", quiere que, a través de sus poemas, veamos la vida, la suya y la nuestra, a través de sus ojos, de sus versos.

Como ya he dicho, el libro está dividido en tres partes, "Orillas", "Trenes" y "Asfalto". Así se titulan. Sobre el carácter de cada una, y sobre lo que ya he comentado, será fácil discernir el eje central de cada una de las partes. Profundizaré un poco más en cada una, pero sólo un poco, pues no os voy a dar todo el trabajo hecho. Algo (o mucho) debe quedar cuando hagáis vuestra propia lectura y lleguéis a vuestras propias conclusiones.


"Orillas" se corresponde en parte con un viaje a Brasil donde el alma del poeta queda atrapada por la cruda realidad de las favelas:

"Allí bulle la vida a trompicones
como en una infinita madriguera
y puede adivinarse entre lo oscuro
la voz de un mismo hombre en su destierro."

de los niños que se ganan la vida en la calle:

"Igual que un arlequín, igual que un pájaro,
un niño derramado en su pirueta,
se ha puesto frente al coche, en el semáforo..."

para terminar con uno de los versos más preclaros del libro:

"Ya sabe el viajero: las respuestas
no importan si no importan las preguntas."

o la realidad de un país donde un simple apagón cancela el ritmo cotidiano de la vida.

Me gustaría centrar mi presentación en la segunda parte, en "Trenes". Para mí, que el viaje es un motivo, una fuente de inspiración de muchos de mis libros, esta parte posee un apego especial. Y, sin duda, es donde más punto de contacto, de conexión, tengo con la poesía de Santiago. El tren parte de la estación de la infancia, de esa época de la imaginación y de la inocencia, de los mitos, de la vida vista como una aventura sin límite, sin fecha de caducidad. Si es cierto que la imagen del tren como metáfora ya ha sido utilizada con anterioridad, con Santiago López Navia adquiere nuevos matices y perspectivas. Porque en este poemario el tren, los trenes, no son tan solo parte de la metáfora, son parte de un hecho real, parte de un doble viaje. El poeta nos habla de aquellos trenes que, en su infancia, tomaba para desplazarse en aquellos fines de semana donde Atocha, la estación, se llenaba de "voces infantiles y mochilas cargadas de mañana."

Este apartado del libro parte con dos citas, una de William B. Yeats y otra de Pedro Salinas, tan presente a lo largo de este libro: "El ansia de la ruta viajera". El poeta viaja desde niño, y en esos viajes se va forjando esa ansia viajera, esa necesidad de viajar y descubrir nuevos lugares, nuevas gentes y, también, nuevas estaciones y nuevos trenes. Viajes que reportan recuerdos de mañanas, de tardes y de noches en esos trenes que van y que regresan. Mañanas, tardes y noches con las que podría trazarse un paralelismo con infancia, juventud y madurez, estados que se alinean con cada etapa del día o, también, con el viaje de la vida: origen, recorrido y estación final.

La primera estrofa del primer poema, esos versos de las mañanas, ya nos emplazan con la infancia:

"Era en aquel momento de mi vida
cuando los días eran siempre largos
y todo el tiempo estaba por abrirse."

¡Cuánta verdad! ¡Cuán acertados estos versos! “...y todo el tiempo estaba por abrirse”.

Esos viajes en compañía del padre que siempre se inventaba alguna historia sobre los viajeros y que, muy seguramente, influyó en el hijo a la hora de fabular historias, sobre otros viajeros y, porque no, sobre sí mismo. Viajes a los que el poeta regresa con la experiencia de que los trenes, cada vez más, realizan menos paradas y con la certeza de que ese tren (físico o virtual) "ya no volverá a parar en sus andenes."

Y evoca aquellos sueños de infancia, aquellos viajes soñados, donde él era el conductor del tren y donde en su hoja de ruta "lo importante era el viaje mismo y no el destino." Sabias palabras, esplendorosos versos. Lo importante, realmente, es el viaje. Siempre.

La segunda parte de "Trenes", "Seis cuadros de mujer sobre raíles (escritos en metros clásicos)" es parte de ese juego de observador constante, una propuesta donde Santiago nos ofrece una muestra de su versatilidad y de su dominio de la composición métrica. Un juego que juega (valga la redundancia) su papel en el libro. Yo, personalmente, considero que después de toda la intensidad, de toda la carga emocional de los poemas anteriores, de toda la exigencia requerida al lector para seguir el trayecto del discurso, estos seis poemas aparecen como un soplo de aire fresco, como un respiro para, por un lado, arrancarnos una sonrisa y, por el otro, para retratar esas mujeres que, por diversos motivos, han sido observadas con detenimiento, con empatía, con curiosidad, por el poeta. Y todo ello, como ya he mencionado, dejando muestras palpables de su maestría a la hora de ceñirse a la rigidez de movimientos que exige la métrica.

Y llegamos a la tercera parte del libro, "Asfalto", donde Santiago vuelve a sorprendernos doblemente. En primer lugar, por plasmarnos detalles, situaciones, que suelen suceder, o que acontecen, en las grandes ciudades (paisajes de asfalto); detalles, hechos, de los cuales, en muchas ocasiones sólo somos conscientes cuando alguien nos los muestra y los vemos, entonces; y en segundo lugar, porque los poemas que configuran esta parte son haikus, y Santiago nos vuelve a deleitar con el dominio con el que maneja esta métrica, aparentemente sencilla piensan algunos (cinco, siete, cinco y plis plas); y tan compleja de realizar con acierto, preservando el espíritu original del haiku. Mencionaré sólo un par de ejemplos de los haikus de esta parte; los demás ya los iréis descubriendo cuando leáis este libro con la calma y el reposo que merece:

"Los pasos rápidos
se cruzan sin que nadie
cruce los ojos."

"Duerme en los bancos
la memoria olvidada
de los periódicos."

Y así podríamos seguir con el buen número de espléndios haikus publicados en este hermosos libro.

Me acerco al final. Este ha sido mi humilde recorrido por las Impresiones de paso de Santiago López Navia. Un libro que se lee con facilidad, con fluidez, donde un poema lleva al otro casi de manera instantánea, impulsiva. Un viaje en el que, desde el primer momento, Santiago nos ofrece esa mano abierta para hacer el viaje acompañados, para reflexionar sobre la vida desde diferentes ángulos, desde diferentes ventanillas del vagón, pero en el mismo tren, en el tren de la vida. Ese al que, aunque no lo parezca, nos subimos tan sólo una vez y todas las estaciones son diferentes y son la misma.

Os invito a que hagáis ese viaje con este libro. Santiago tiene muchas cosas que explicar y su historia, en cierto modo, también es la nuestra.


José Luis García Herrera

Marzo 2016

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