jueves, 17 de diciembre de 2015

Haikus de Santiago López Navia

.(El pasado 9 de diciembre, en el Colegio de Doctores y Licenciados de Madrid, el discreto Santiago López Navia presentó su nuevo libro de poemas Impresiones de paso, acto en el que, entre otros, también participó el escritor Emilio Gavilanes. Transcribimos aquí el comentario de este último a los 50 haikus que forman parte del libro.)

Por Emilio Gavilanes

Yo solo voy a llamar la atención sobre una parte de este precioso libro de poesía de Santiago López-Navia. Es la tercera, titulada “Asfalto”, que está compuesta por 50 haikus.
El haiku, como seguramente saben ustedes es una poema de origen japonés que métricamente se compone de tres versos que no riman, de 5, 7 y 5 sílabas, aunque los entendidos dicen que lo importante no es esa distribución 5-7-5, sino el total de sílabas, 17, que pueden distribuirse de modos diferentes. Pero más importante que el aspecto formal es el contenido del haiku. Los japoneses exigen que haya una palabra que indique la estación en la que nos encontramos y eso tiene como consecuencia que la atención esté dirigida hacia el mundo natural. Y sobre todo el poema tiene que expresar la emoción que produce la percepción de la naturaleza. El haiku es la exaltación, o la vindicación, por usar una palabra más modesta, de lo lateral, de lo marginal, de lo secundario. Es la celebración de la estética de lo pequeño, que lleva asociada una ética: la de que eso pequeño, secundario, puede ser tan significativo como lo protagonista.

El haiku, que parece un poema muy exótico y ajeno a la tradición poética en español, tiene sin embargo una presencia relativamente temprana en nuestra poesía. Quizá el haiku más famoso es uno de Matsuo Basho que dice, en una de las traducciones más neutras:

Un viejo estanque.
Salta una rana.
Ruido del agua.

Pues bien, este haiku ya lo tradujo Valle Inclán (es cierto que de una manera más aparatosa, al gusto modernista de su época) de este modo:

El espejo de la fontana
al zambullirse de la rana
¡hace chas!

Grandes poetas españoles de la época de Valle, como Juan Ramón, Unamuno, Machado, también escribieron haikus.

Bien, pues todas las características ortodoxas del haiku están en muchos de Santiago (aunque no todos sean ortodoxos, lo cual me parece una virtud, no un defecto). Por ejemplo, en estos se puede ver la estación en la que estamos:

Las amapolas
bendicen los solares.
Primicia roja.


Los bancos guardan
ausencias congeladas.
Nieve en el parque.

Y son muchos los haikus en los que se revela una emocionada percepción del mundo natural. Podría traer aquí bastantes, pero creo que bastará con este:

¡Qué sinfonía
de confusión el canto
de los gorriones!

Pero no hace falta que solo aparezcan bichos o plantas para entrar de lleno en el espíritu del haiku. La misma emoción la encontramos en las imágenes de gente modesta, anónima, en la observación de lo más humilde:

Bajo los puentes
la miseria se encarna
entre cartones.

En una esquina
busca el sol un anciano.
No tiene prisa. 
             
El haiku es en cierto sentido el poema menos poético que hay. Y no me refiero a que algunos lo llamen el soneto del vago. No. Es porque en el haiku el poeta ha desaparecido. Solo queda su mirada, su dedo, que señala algo que está fuera de él. El poeta no nos abre su interior, su subjetividad, que es lo habitual en la poesía occidental. El haiku nos muestra imágenes, escenas objetivas. Pero paradójicamente en esas imágenes objetivas parece que conocemos mejor la intimidad del poeta que en muchos poemas confesionales. Porque el haiku siempre nos habla de más cosas que de aquellas de las que nos habla. Habla de la paloma que camina pavoneándose con indiferencia, pero nos parece que nos está hablando de algunas personas, de ciertos conocidos. Y el modo escueto en que se nos dice que el mirlo canta desde su rama nos comunica una exaltación más allá del propio canto del mirlo. El haiku se desarrolla en varias direcciones, tiene distintas interpretaciones, y estos haikus de Santiago lo expresan de manera espléndida. Por ejemplo, en este en el que leemos:

¿A dónde lleva
la escalera mecánica
del otro lado?

Además de todo esto, Santiago añade una originalidad a sus haikus y es que estos forman una unidad narrativa, digamos. Es un procedimiento que solo hemos visto en algunos autores japoneses. En el primero se sugiere el amanecer:

Tras los cristales
las persianas invocan
a la luz nueva.

Asistimos al comienzo del día:

Brotan los ecos
que la ciudad le roba
a la mañana.

La ciudad entera se despierta y se pone en movimiento. La atmósfera es esta:

Aunque amanece
no se marcha la sombra
de la tristeza.

Más adelante una nueva pincelada insiste en la atmósfera que nos envuelve:

Las ocho. Lunes.
Circulan atestados
los autobuses.

Parece que aún seguimos dormidos:

Ojos y sueño
se funden con los libros
en los vagones.

Va avanzando la mañana:

El metro acuna
el alma aletargada
de los viajeros.

El mundo moderno, el grave, pesado mundo maquinal, está presente de una manera leve, ligera:

Cuántos secretos
los viajeros olvidan
en sus teléfonos.

Alguien comprueba
las traiciones exactas
de los relojes.
Los transeúntes
con sus auriculares
se desencuentran.

De pronto, parece que volvemos a la noche, como en un oscuro fogonazo:

Acecha el túnel
tras el espejo negro
de la ventana.

Y sigue transcurriendo el día. Y en ese día, que es más mental que real, el invierno y la primavera son casi simultáneos:

Glaciares breves
son los charcos helados
de las aceras.

Y a continuación:

Entre las grietas
de las aceras brotan
flores minúsculas.

Inmediatamente aparecen en el cielo las aves migratorias:

Coreografía
de pasos imposibles.
Las golondrinas.

Y entra el verano:

Duele la lluvia
en los primeros días
de un junio frío.

Y aprieta el calor:

Cuarenta grados.
Se derriten las almas
sobre el asfalto.

Vemos la sucesión de las horas. Comienza a llegar la tarde:

Rasga la tarde
la afilada sirena
de la ambulancia.
Y:
Un sol vencido
se bate en retirada.
Cede la tarde.

Y más:

En el ramaje
se refugian los pájaros.
El día muere.

Se acerca la noche:

Por las rendijas
se adivinan las luces
de las farolas.

Y enseguida:

Tras las puertas
las almas derrotadas
llaman al sueño.

Y no tarda en llegar la noche cerrada:

Desde los campos
nana en clave de morse.
Cantan los grillos.

Es extraordinario. Solo ha transcurrido un día, pero hemos asistido al paso de un año entero. Hemos comenzado en la ciudad (no olvidemos que toda la sección se titula “Asfalto”), y también hemos hecho alguna incursión en el campo:

Danza de verde.
Revuelo de vilanos.
Viento en la hierba.

Resulta que estos cincuenta modestos haikus de Santiago son muy ambiciosos, pues han concentrado en muy pocas palabras todo un año. Y en un año han representado toda una vida, es decir, todas las vidas. Este puñado de haikus aspiran a contener el mundo entero.

lunes, 23 de noviembre de 2015

Los otros clásicos XLI - Francisco de Pamones


Por Ramón Fernández de Cano



No creo que este soneto alcance la calidad de los que le preceden, ni que, desde un punto de vista estrictamente literario, pueda considerarse un poema siquiera aceptable. Sí es, en cambio, una obra maestra de ofebrería métrica, un ingenioso mecanismos de relojería que muestra hasta qué cotas de rareza y perfección se elevó, en el Barroco, el gusto por la complejidad y el artificio. De su autor, el canónigo Francisco de Pamones (o Pamonés), apenas sabemos que vivió en Sevilla, en las casas anejas a la parroquia de Santa María, al menos entre 1587 y 1606; que Cervantes, en su Viaje del Parnaso, lo elogió por su originalidad ("pone sus pies por do ninguno/los puso") y, al mismo tiempo, lo censuró por sus excesos ("con sus nuevas fantasías / mucho más que agradable, es importuno"); y que Juan de Robles, en su Primera parte del Culto sevillano, afirma que "el buen viejo Pamones (...) se preciaba de hacer sonetos de consonantes duplicados". E incluso triplicados, como éste, en el que no sólo riman, con perfecta consonancia, las sílabas décima y undécima de cada verso, sino también la segunda y la tercera, así como la sexta y la séptima. Hay, pues, en los sonetos de Pamones tres líneas verticales de rimas consonantes, todas ajustadas al esquema ABBA ABBA CDE CDE.

LXI.- Francisco de Pamones (s. XVI-s. XVII)
ConfESO en el linAJE, y moro pUTO,
y mISTO en línea estrECHA con villANO,
ya he vISTO ser la flECHA de tu mANO
y que ESO es tu lenguAJE y tu tribUTO.
AviESO fue el ultrAJE disolUTO;
de lISTO, erró la flECHA el cuero insANO
que a CrISTO iba derECHA, y dio al cristiANO;
sucESO que en tu trAJE pondrá lUTO.
DetENGA esa lanzADA de MinERVA
y, cAIGA o no en la cuENTA de sus yERROS,
si asESTA otra, contEMPLE esta medIDA.
Y vENGA enarbolADA en esa yERBA,
y trAIGA la tormENTA de tres fiERROS,
como ÉSTA, que no hay tEMPLE que la impIDA.

lunes, 16 de noviembre de 2015

Libros dentro de Historia secreta del mundo, de Emilio Gavilanes

La lectura de los buenos libros siempre depara sorpresas y descubrimientos. Y eso ocurre con la de Historia secreta del mundo, de Emilio Gavilanes.
Cuando dimos cuenta de la concesión del Premio Setenil al mejor libro de relatos del 2015, ya anunciamos que publicaríamos algunos de esos cuentos en este blog. Es lo que hacemos hoy con dos de ellos, que, sin embargo, no están elegidos al azar, sino que forman parte de un conjunto que no está explícito dentro del libro. Pues podríamos decir que la lectura de los 133 relatos que componen el libro sugiere agrupaciones y conexiones entre ellos a veces claras, pero otras misteriosas y profundas. Libros dentro del libro.

Los dos relatos que elegimos hoy forman parte de un conjunto de al menos otros quince -no necesariamente consecutivos, aunque todos los relatos tienen un orden cronológico- que tienen como elemento de unión la guerra (las dos guerras mundiales, la guerra civil española).

MADRID, PRIMEROS DÍAS DE MARZO DE 1937
Anoche tuvo lugar el famoso combate nocturno de la colonia del Zofio (Usera), librado a golpe de bayoneta, en el que todos los combatientes actuaron en silencio para no delatar su posición y en el que la mayoría están seguros de haber acometido en algún momento, sin quererlo, a un compañero. Una metáfora de la Guerra Civil, dirán después algunos.

Ahora está amaneciendo. Desde su puesto, la miliciana Isabel Fernández, a la que un mando sobreprotector no ha permitido abandonar la trinchera toda la noche, ve pasar un mirlo. Le irrita que ese estúpido animal siga viviendo su vida como si no corriese peligro y no hubiese motivo para sentir miedo. Le hace sentirse cobarde. Llena de ira, y de cansancio, se echa el fusil al hombro para dispararle. Entonces se oyen varios estampidos y el pájaro cae aparatosamente. Alguien se le ha adelantado. Muchos han pensado lo mismo. El mirlo queda en el suelo, quieto y como desarmado. Unos instantes después caen algunas plumas que habían quedado flotando en el aire.

Isabel Fernández siente horror por lo que ha estado a punto de hacer y en cierto modo ha hecho. Piensa en los vencejos, a los que desde hace unos días ve ir y venir haciendo sus nidos. Muchos no volverán a África. Se pregunta cuántos animales, cuántas vidas minúsculas, hay en el breve descampado que les separa de los fascistas. Piensa en las bombas que habrán caído sobre hormigueros, sobre escondrijos de grillos, de lombrices... Siente una gran compasión por todos esos animales que morirán en el frente, como pequeños soldados, sin saber que están en una guerra.


RUIDOS EN EL CAMPO DE BATALLA
Después de varios días de calor, en el campo de batalla comienza a oírse series de explosiones. Son los vientres de los cadáveres, que se han ido hinchando con los gases de la putrefacción y que terminan por reventar ruidosamente. En los que han muerto alcanzados por metralla, con el abdomen abierto, despanzurrados, el fenómeno es distinto. El calor les reseca la piel y la contrae y hace que algunos cuerpos que están tumbados se incorporen lentamente, como si estuvieran vivos, y acaban sentados, como si ni siquiera los muertos pudieran descansar, y solo cuando se descomponen las tiras de piel que los sujetan vuelven a caer. A algunos, antes de esto, se les desprende la cabeza, que rueda lejos, como un balón. El zumbido de los insectos que se los disputan producen un murmullo siniestro, como si los cadáveres estuviesen conversando, y muchos soldados realmente oyen voces y entienden lo que hablan. Y gritan aterrados y les ruegan que se callen. Entre las protestas se oye a veces una detonación. Es otro soldado, que ya no soportaba más.

Todo esto ocurre en un lateral del frente de Stalingrado al que los generales no prestan atención.

Historia secreta del mundo (Ediciones de La Discreta, 2015)
www.ladiscreta.com