martes, 10 de junio de 2014

Chil Rajchman, Treblinka



La anterior edición en español se titulaba El último judío, y un poco así debió de sentirse el autor, pues fue uno de los 57 únicos supervivientes del campo de exterminio de Treblinka.

El libro tiene dos partes. En la primera  Rajchman cuenta su experiencia en Treblinka desde el mismo día en que llega. Por su relato conocemos el funcionamiento del campo (un campo exclusivamente de exterminio, no lo olvidemos). Cuando llega un tren, se hacen dos grupos con los pasajeros: hombres por un lado, mujeres por otro. A todos se les pide que se desnuden y que pongan su  ropa en un montón (a las mujeres, además, se les corta el pelo). Los van metiendo por grupos en cámaras de gas, después de hacerles creer que son duchas. Una vez muertos, otros prisioneros los sacan, les arrancan los dientes de oro y los llevan a enterrar a una fosa gigantesca. Todo a gran velocidad. Al que se para lo golpean con furia. Algunos hombres entre los recién llegados, los más jóvenes y sanos, son apartados para sustituir en diferentes tareas a otros que llevan más tiempo y de los que hay que prescindir. La ropa se clasifica (Rajchman se topará con el vestido de su hermana) para enviarla a Alemania, donde la venderán (las mejores prendas se apartan para los guardianes). El pelo de las mujeres también se manda. No se sabe exactamente qué hacen con él; en todo caso, negocio, pues los nazis sacan beneficio de todo. De pronto un día  esta “rutina” se ve alterada. Hay que desenterrar todos los cadáveres y quemarlos. Además hay que tamizar la ceniza para apartar los trozos más gruesos, machacarlos y pulverizarlos. No debe quedar el más mínimo resto. Rajchman ignora que los alemanes han perdido en Stalingrado y que están retrocediendo. Temen que queden restos de lo que están haciendo. Hay que borrar todas las pruebas. Algunos de los judíos que participan en esta tarea se arriesgan a sabotearla y dejan enterrados miembros descompuestos, grandes huesos, para que algún día alguien los encuentre y llegue a averiguar lo que ocurrió.

Es muy posible que si no hubiese habido una sublevación en el campo de Treblinka, Rajchman no hubiese sobrevivido. Una de las pocas sublevaciones que hubo en los campos nazis, a la que Rajchman sobrevivió gracias a la ayuda de los pocos campesinos polacos que no recurrieron a la delación por odio o por una recompensa.


La segunda parte es un reportaje de Vasili Grossman (el autor de Vida y destino, una de las grandes novelas del siglo XX y de algunos de los mejores reportajes periodísticos sobre la II Guerra Mundial), que iba con el ejército ruso que entró en Treblinka. Grossman hace un reportaje impecable, del que solo sobran, para mi gusto, las repetidas alusiones al glorioso Ejército Rojo. Habla con supervivientes, con campesinos de los alrededores, con prisioneros nazis… Todos los testimonios confirman punto por punto lo que dice Rajchamn. Grossman completa y amplía el relato de Rajchman y ofrece nuevos detalles sobre el funcionamiento del campo (y que prefiero omitir aquí; es mejor  leerlos directamente). Treblinka era un horno y una fosa, un agujero negro, en el que desaparecieron miles y miles de vidas. Hace dos cálculos: el número de personas que pudieron llegar en los trenes durante el tiempo que estuvo activo y el número de personas que pasaban diariamente por las cámaras de gas. Los dos cálculos dan la misma cifra: tres millones de personas (las investigaciones posteriores han rebajado esa cifra, pero la cantidad es lo de menos). Grossman muestra escenas, algunas con niños o con mujeres, inhumanas, bestiales, dolorosas incluso de contar. “Dante en su infierno no presenció semejante cuadro” dice.  Y añade una reflexión que justifica esta nota: “La mera lectura de estas cosas es terriblemente dura. Pero que el lector me crea: no es menos duro escribirlas. Es posible que alguien pregunte: ¿Para qué escribir, para qué recordar todo esto? El deber del escritor es el de contar la espantosa verdad, y el deber ciudadano del lector es conocerla. Todo aquel que vuelve la cabeza, que cierra los ojos y pasa de largo ofende la memoria de los caídos.”

Chil Rajchman Treblinka (Barcelona: Seix Barral, 2014)

2 comentarios:

  1. Creo que tienes mucha razón: Es duro de leer y, seguro, difícil de escribir. Pero la literatura quiere dar "explicación" literaria a los problemas humanos, y mientras haya crueldad humana no podemos cerrar los ojos a esa realidad. Es la misma razón por la que la literatura sigue atendiendo a la guerra civil española. Es una herida que sigue abierta.

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  2. Completamente de acuerdo, Luis.
    Emilio

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