lunes, 5 de mayo de 2014

Mario Levrero

Según algunos, en la literatura de Mario Levrero (Montevideo, 1940 – 2004) es evidente la influencia de Kafka. Pero a mí sobre todo me recuerda a Felisberto Hernández, compatriota suyo, porque me parece que su escritura es un fiel reflejo de su existencia: es vida en estado puro. 

Yo comencé leyendo La ciudad, de la llamada Trilogía involuntaria, y con el tiempo he leído casi todo lo que escribió este hombre inclasificable –elaborador de crucigramas y juegos de ingenio, guionista de cómics, fotógrafo, librero–, incluyendo el que creo fue su último libro, La novela luminosa.  (Para escribirlo, el autor recibió una beca Guggenheim, y dedica las primeras cuatrocientas páginas, de las quinientas que tendrá la novela, para explicar al señor Guggenheim por qué no puede empezarlo.)

El misterio de la existencia, el sueño, la alegoría, los juegos de ingenio, la ruptura de las reglas y convenciones, todo esto aparece en sus obras. Y el humor: un humor que es a veces ácido, otras nostálgico y triste, y siempre inteligente.

Podría comentar alguna de sus obras, pero para animar a la lectura de Mario Levrero, tal vez lo mejor sea transcribir un pequeño capítulo de Caza de conejos.

Se dice, sobre los textos aquí presentados bajo el título de “Caza de conejos”, que se trata en realidad de una fina alegoría que describe paso a paso el penoso procedimiento para la obtención de la Piedra filosofal; que, ordenados de una manera diferente a la que aquí se expone, resultan una novela romántica, de argumento lineal y contenido intrascendente; que es un texto didáctico, sin otra finalidad que la de inculcar a los niños en forma subliminal el interés por los números romanos; que no es otra cosa que la recopilación desordenada de textos de diversos autores de todos los tiempos, acerca de los conejos; que es un trabajo político, de carácter subversivo, donde las instrucciones para los conspiradores son dadas veladamente, mediante una clave preestablecida; que el autor sólo busca autobiografiarse a través de los símbolos; que los nombres de los personajes son anagramas de los integrantes de una secta misteriosa; que ordenando convenientemente los fragmentos, con la primera sílaba de cada párrafo se forma una frase de dudoso gusto, dirigida contra el clero; que leído en voz alta y grabado en una cinta magnetofónica, al pasar esta cinta al revés se obtiene la versión original de la Biblia; que traducida al sánscrito, el sonido musical de esta obra coincide con un cuarteto de Vivaldi; que pasando sus hojas por una máquina de picar carne se obtiene un fino polvillo, como el de las alas de las mariposas; que son instrucciones secretas para hacer pajaritas de papel en forma de conejo; que toda la obra no es más que una gran trampa verbal para atrapar conejos; que toda la obra no es más que una gran trampa verbal de los conejos, para atrapar definitivamente a los hombres. Etcétera. 

(El retrato de Mario Levrero es de Guillermo Meza.)

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