lunes, 27 de enero de 2014

Nuevo libro de Emilio Gavilanes

(Compartimos en esta entrada la que hace unos días escribió Andrés Trapiello en su blog Hemeroflexia. Y no lo hacemos solo porque sea Emilio Gavilanes un asiduo colaborador de nuestro blog, sino porque lo consideramos uno de los escritores más completos y de mayor calidad del panorama literario de nuestro país.)

"El gran silencio (Emilio Gavilanes)

LA luz pasa a través de un libro de haikus como podría hacerlo a través de una hoja de alabastro. Quiero decir que crea dentro de nosotros un misterioso espacio que propicia el recogimiento y el silencio. Así sucede en este bellísimo libro de un autor que ya publicó en La Veleta su primer libro, de haikus también: Salta del agua un pez. Figura igualmente en la Antología de haiku en español, de Benet y Soriano, Un viejo estanque, que acaba de publicarse.
Como en los casos anteriores, el azar ha elegido por nosotros estos tres poemas. La cubierta de este es para mí una de las cinco más bonitas de toda La Veleta, aunque no sé si está bien que yo diga una cosa así.

Se rompió el hilo.
Cada vez más lejanos
cometa y niño 

Ermita en ruinas.
Un minúsculo insecto
se come al santo.

En la hoja seca
que arrastra el río
viaja una hormiga."


Hasta la fecha, Emilio Gavilanes (Madrid, 1959) ha publicado los siguientes libros de narrativa: La primera aventura (Seix Barral, 1991), El bosque perdido (Seix Barral, 2001), La tabla del dos (Premio NH, 2004), El río (Ed. de La Discreta, 2005), Una gota de ámbar (Ed. de La Discreta, 2007), El reino de la nada (Menoscuarto, 2011); y los libros de haikus: Salta del agua un pez (La Veleta, 2011), El gran silencio (La Veleta, 2014)

viernes, 24 de enero de 2014

Acuarelas de Comas Quesada - Varaderos del Puerto de La Luz

Por José García Caneiro

VARADEROS DEL PUERTO DE LA LUZ

Un laborar continuo,
limpiar fondos, pintar,
grúas que crujen,
afán, trabajo, llanto,
un olor a gasóleo en el ambiente,

negrura de carbón,
peste de sal
marina y algas frescas.
Cordón umbilical. Es la noticia
que, más allá del mar,
viene rodando
y confirma que somos, existimos.
Actividad vital y necesaria
para no hundirnos, sin más,
en el abismo;
río de arena, es tierra firme,
que afirma y asevera
el ser de una presencia.
Una existencia.

lunes, 20 de enero de 2014

Yo, Pierre Rivière, habiendo degollado a mi madre, a mi hermana y a mi hermano…, Michel Foucault

Por Paloma González

El 3 de junio de 1835, en una aldea normanda, un joven de 20 años, conocido entre sus vecinos como «el idiota de Rivière» mata con una hoz afilada para la ocasión a su madre, a su hermana de 18 años y a un hermano de 8.
Es sorprendido mientras comete el crimen por una vecina y, al salir de la casa, por algunos viandantes. Con la hoz en la mano y ensangrentado, Pierre Rivière se dirige a Vire para confesar en público su crimen, pero acaba internándose en los bosques cercanos. Durante varias semanas, ya dictada una orden de captura, se deja ver en pueblos y aldeas: compra pan, un cristal, azufre y mechas, habla con los vecinos, duerme de día o de noche en las cunetas a la vista de todo el que pase y de nuevo desaparece para reaparecer a los pocos días. Cuando es detenido se confiesa autor del crimen, se le recluye en prisión a la espera de su juicio y escribe una memoria con objeto de justificar el parricidio y fratricidio.

Pierre pinta en su lúcida narración a una madre cruel, que se complace en mortificar a lo largo de más de dos décadas a su padre, con el que el joven, al igual que otros dos hermanos, vive desde su infancia. Alega que mata a su madre para liberar a su bondadoso padre del sufrimiento que la maldad de una esposa artera le infligía, que a su hermana la mata porque era igual que su progenitora, y al hermano pequeño, el único despierto e inteligente de la prole, como sabremos después, al que su padre adoraba, lo asesina porque este nunca podrá perdonar un crimen tan atroz, y se alegrará de la muerte del autor, el propio Pierre, y no le añadirá un sufrimiento adicional por su propia desgracia.

Yo, Pierre Rivière… no es ficción: es una insólita colección de documentos, emprendida por el psicólogo Michel Foucault, que reúne clasificados por orden cronológico las órdenes de búsqueda del asesino, las noticias de la prensa, los bandos y los informes de entrega y custodia, los testimonios de los testigos, la propia memoria de Rivière, las opiniones y diagnósticos de los médicos que asisten al parricida y fratricida, la sentencia, las apelaciones y hasta el pliego de ciego que relata el brutal crimen tiempo después de que se haya cometido y que altera datos de la historia una vez esta ha pasado a ser patrimonio de la memoria colectiva.

El texto puede leerse como un documental. Uno de los temas recurrentes a lo largo de los distintos testimonios y opiniones es si Rivière tenía o no alteradas sus facultades mentales. Pierre Rivière escapa a las etiquetas de las tres categorías de enfermos mentales que prevalecían en la época y desafía el juicio de especialistas y profanos, de modo que cada uno de ellos edifica sus argumentos a favor o en contra del estado mental del asesino sobre cimientos distintos: su aspecto físico y su mirada huidiza, la lucidez de la narración de un muchacho que tuvo graves dificultades en su infancia para aprender a leer y escribir, pero que más adelante se convierte en un lector voraz; la pertinencia de sus lecturas, entre las que figuran la Biblia y el Catecismo; otros fundamentan sus juicios en episodios de la infancia del asesino relatados por vecinos y glosados en la memoria; se rastrean los antecedentes de enajenación mental en su familia, o se acaba esgrimiendo que el crimen tiene por objeto el afán de notoriedad, como dejan traslucir los ejemplos de asesinatos famosos y «providenciales» que cita Pierre en su escrito.

Los documentos fueron objeto de una película dirigida por Pierre Allio en 1976, inédita en España, que tuvo una crítica excelente, y a la que pertenece el fotograma que representa a Rivière.


Yo, Pierre Rivière, habiendo degollado a mi madre, a mi hermana y a mi hermano, Michel Foucault. Trad. Joan Vinyoli. Barcelona, Ed. Tusquets, colección Fabula. 3ª edición, 2009

jueves, 16 de enero de 2014

Los otros clásicos XXII - Cristóbal de Castillejo

Al bueno de Castillejo lo hemos tratado siempre como al gran cascarrabias del Renacimiento español, el aguafiestas que abominó de las innovaciones importadas por Boscán y Garcilaso, para seguir cultivando y defendiendo a ultranza la poesía de metro corto que tradicionalmente se venía escribiendo en España. Su producción literaria, en efecto, refuerza esta dimensión tradicionalista y conservadora –casi diré que reaccionaria– de su estética; en cambio, su ideario, su personalidad, su modus vivendi y su propia peripecia vital nos pintan un personaje plenamente renacentista, tan simpático como contradictorio. Nacido en Ciudad Rodrigo, tomó el hábito cisterciense, lo que no le impidió mantener amoríos y algún hijo bastardo en Viena, donde ejerció como secretario de Fernando de Habsburgo, rey de Hungría, Bohemia y Romanos. Escribió ferozmente contra las mujeres, pero no se privó del trato carnal con ellas, a pesar de sus hábitos; severo y riguroso en todos sus juicios, llevó una vida disoluta y se arruinó varias veces; y aunque publicó una famosa "Reprensión contra los poetas que escriben en verso italiano", recurrió al molde métrico más italianizante, el soneto, para avergonzar a Boscán y Garcilaso –de cuyo hermano Pedro Laso fue íntimo amigo– por extranjerizar las Letras patrias.

XXII.- Cristóbal de Castillejo (1490-1550)

Garcilaso y Boscán, siendo llegados
al lugar donde están los trovadores
que en esta nuestra lengua y sus primores
fueron en este siglo señalados,

los unos a los otros alterados
se miran, demudadas las colores,
temiéndose que fuesen corredores
o espías o enemigos desmandados;

y juzgando primero por el traje,
pareciéronles ser, como debía,
gentiles españoles caballeros;

y oyéndoles hablar nuevo lenguaje,
mezclado de extranjera poesía,
con ojos los miraban de extranjeros.

lunes, 13 de enero de 2014

Hans y los insectos, de Agustín de Foxá

A mi entender, Agustín de Foxá (1906-1959) fue otro de esos escritores que, en la convulsa etapa de nuestra historia que le tocó vivir, combinaba en su literatura un profundo genio creativo con una rancia ideología al servicio de los poderes e intereses dominantes del momento. Cuando esta última aflora y domina, los escritos de Agustín de Foxá resultan, para mí, insufribles. Esto es, por ejemplo, lo que me ha pasado cuantas veces he intentado leer Misión en Bucarest, novela inacabada, y que da título al libro de siete relatos publicado por la editorial Paréntesis en el año 2009. Por el contrario, cuando se distancia de la realidad del momento y domina su imaginación, escribe relatos deliciosos, como es el caso de Viaje a los efímeros y Hans y los insectos, que forman parte de este mismo volumen. En esta breve reseña me referiré a este último, y, por su mayor complejidad, dejaré Viaje a los efímeros para otra ocasión. 

Hans es un sueco, especialista en plagas de insectos, que por esas extrañas circunstancias de la vida se ha quedado a vivir en un pequeño pueblo de Castilla. Y allí, inopinadamente, a pesar de los contrastes que suponen su pensamiento racional y protestante con la cultura católica y dogmática del lugar, y hasta su aspecto rubio, juvenil y de libre indumentaria con la del “aceitunado celtíbero” y “las enlutadas mujeres con sus alcobas de cromos de santos y llameantes purgatorios pintados” que predominan en el pueblo, Hans se hace aceptar por todos. Incluso por don Eusebio, el cura, “que le gusta polemizar con el hereje”. Se hace amigo de don Ángel, el médico, y también del narrador de esta historia, “un hombre acomodado del pueblo” que solo lamenta no haber sido un gran escritor de la ciudad, para poder describir mejor todo el asombro que les produjo la historia de Hans. 

Y es que un buen día Hans aparece muerto en su casa, en donde vivía solo, y comienza el misterio. ¿Quién o qué ha matado a Hans?

miércoles, 8 de enero de 2014

Acuarelas de Comas Quesada - Trasera de la Catedral

Por José García Caneiro

TRASERA DE LA CATEDRAL



No sabe de oropeles,
ni de flamígeras columnas,
ni de encendidos crismones
ni de polícromas vidrieras;
ni siquiera le llega,
                           aun apagado,
un solo arpegio
del órgano sonoro.
Sabe que es puerta falsa
                                    del gran templo;
y se conforma, humilde,
haciendo transcurrir todo su tiempo
sobre los ya gastados escalones;
y acepta, en su modestia,
la silenciosa y otoñal escolta
del dolorido y espectral arbusto.

jueves, 2 de enero de 2014

Los otros clásicos XXI - Lupercio Leonardo de Argensola

Por alusiones, claro, pero principalmente por méritos propios comparece hoy en “LOS OTROS CLÁSICOS” Lupercio Leonardo de Argensola, poeta menos fecundo que su hermano menor, pero igual de ingenioso e inspirado. Ya en vida gozó fama de escritor talentoso, pues sus tragedias fueron alabadas por Cervantes y algunos de sus poemas quedaron impresos en las Flores de poetas ilustres (1605), de Pedro Espinosa. Pero, arrepentido de que su conversación con las Musas le hubiese apartado en alguna ocasión de sus graves ocupaciones (llegó a ser cronista de Aragón y secretario del conde de Lemos cuando éste ejerció como virrey de Nápoles), quemó sus versos poco antes de su muerte, que le sobrevino, de forma prematura, en su residencia partenopea. Por fortuna, su hijo Gabriel Leonardo recopiló cerca de un centenar de poemas salvados de la quema y los dio a la imprenta en 1634, junto con las obras de su tío Bartolomé. Así podemos disfrutar ahora de sonetos tan acabados como éste, donde Lupercio se compara con el río Ebro porque ambos discurren en dirección contraria al astro rey (el del río, el Sol; el del poeta, su amada); y le confiesa que, para la mujer que le desdeña, sus lágrimas son tan insignificantes como las aguas del río al confundirse con las del mar.


XXI.- Lupercio Leonardo de Argensola (1559-1613).

Si de correr opuesto al claro oriente,
Ebro, te precias con tus ondas frías,
hazlas seguir a las querellas mías,
que atrás queda mi sol resplandeciente.

Con lágrimas aumento tu corriente,
y de quien es la causa las desvías;
cruel, ¿por qué tributo al mar envías
de lo que doy a Filis inclemente?

Pero con esto enseñas ser lo mismo
llegar al sordo mar que a su presencia,
y que no produjeran otro fruto;

pues no se echa de ver en el abismo
de su crueldad mi llanto y mi paciencia,
como en ese tampoco tu tributo.