viernes, 4 de octubre de 2013

Benjamín Prado A la sombra del ángel (Madrid: Aguilar, 2002)




Precioso libro lleno de cariño hacia un personaje, Rafael Alberti, por el que acabamos sintiendo simpatía y hasta aprecio. Y lleno de noticias, que nos aclaran, qué sé yo, cuáles fueron sus relaciones con todos los poetas del 27, quiénes fueron sus amores (y sus amoríos), la historia del premio Cervantes que le dieron, la del Nobel que no le dieron, las maniobras y las intrigas de la segunda mujer (realmente espeluznantes, si creemos todo lo que dice el autor)… muchas cosas.


Es el libro feliz en el que alguien nos habla de un amigo. Todas las páginas se leen con una sonrisa. Incluso con una risa (especialmente cuando reproduce las cosas que decía Alberti, su manera de hablar: “Oh, ¿verdad?, es repugnante.”)

Además está lleno de anécdotas. No podemos resistirnos a contar alguna. Cuando le dieron el Cervantes compartido a Borges y a Gerardo Diego, parece que a Borges no le sentó muy bien. Antes de la ceremonia, Gerardo Diego se acercó a Borges para saludarle (se habían conocido de jóvenes, cuando Borges estuvo viviendo en España con su familia):

-Hola, Jorge Luis. Soy Gerardo.
-¿Gerardo? ¿Qué Gerardo?
-Diego.
-¿En qué quedamos? ¿Gerardo o Diego?

Alberti conoció a muchas celebridades. Por ejemplo, cuenta que Hemingway hablaba un español del revés. Todo el rato estaba diciendo: “¡Es cojones la cosa!”.

Cuando Benjamín Prado revela intimidades de Alberti, siempre lo hace con mucha simpatía, con gracia. Nunca es impertinente. Dice, por ejemplo, que Alberti elogiaba las películas de los grandes directores, pero que se dormía viéndolas. Si se despertaba, volvía al elogio y se quedaba otra vez dormido. Pero las películas porno le mantenían absolutamente despierto.

Decíamos que es un libro feliz. Quizá no todo. El final es realmente triste, muy amargo, con un Alberti peleado con todo el mundo, y en manos de una mujer que al parecer hizo con él lo que quiso.

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