En otro lugar ya dije que una contradicción a que me llevó la publicación de una novela fue debida al amable comentario de un lector: “Me gustó mucho tu novela. Me la leí de seguido, en un par de días”. Lo que me trajo a la memoria otros comentarios que tienen como común denominador el tiempo en la ficción: “Leyendo, se me pasó el tiempo volando”; “Uno de esos libros que uno siente que se acaben”; “Se me agotó la paciencia esperando que ocurriera algo interesante”, etc.
En el caso de aquel comentario sobre mi novela que el lector leyó en dos días, pensé que había algo que no cuadraba: ¡a mí me había llevado cinco años en escribirla! ¿A qué se debe ese desequilibrio entre los tiempos del escritor y del lector que, desde luego, no se limita a mi novela, sino, me atrevería decir, a cualquier literatura?
Un día que leía los avances en la realidad virtual (gracias al tremendo e imparable desarrollo de la velocidad de procesamiento de los ordenadores) se me ocurrió una idea que aclaraba la contradicción y “solucionaba” ese desequilibrio entre el creador y el lector. Para entenderla hay que tener en cuenta que la duración subjetiva de una experiencia en realidad virtual no está determinada por el tiempo real transcurrido, sino por la cantidad de procesos (cálculos) realizados en ese tiempo.
Nuestra mente es en realidad un ordenador cuya velocidad de procesamiento (número de cálculos por unidad de tiempo) es enorme –aún, tengo entendido, superior a la de cualquier ordenador actual– y por tanto generadora de realidad virtual. En realidad, eso es lo que hacemos cuando leemos: reproducir en nuestra mente una realidad sugerida por el libro. Y el creador, cuando escribe, lo que hace es generar un especial programa para el ordenador de nuestra mente, en un especial código. (Otros códigos son la pintura, la música, las ecuaciones matemáticas...) Si el programa es bueno, la cantidad de procesos (sentimientos, pensamientos, reconstrucciones de la realidad, abstracciones) que puede inducir en la mente lectora es proporcionalmente enorme.
Por eso, aunque la lectura de una novela lleve dos días –o un poema tan solo unos minutos– de tiempo real, el tiempo virtual recreado (vivido, experimentado por el lector) lo puede superar incomparablemente.