viernes, 22 de junio de 2012

Reseñas del lector: Lawerence Durrell


Este año es el centenario del nacimiento de Lawrence Durrell, novelista, ensayista, y poeta; autor de “El Cuarteto de Alejandría” y muchos otros títulos, que no parece necesario relacionar tratándose de autor tan conocido.

En recuerdo de Durrell, cito aquí dos obras suyas, que me gustan especialmente: “Una sonrisa en el ojo de la mente” y “Las Islas Griegas”.

La primera, “Una sonrisa en el ojo de la mente”, es un pequeño relato autobiográfico, que gira en torno al taoismo, disciplina o filosofía con la que Durrell simpatizaba. En este libro narra Durrell tres episodios de su vida, siempre presente en ellos sus reflexiones o disquisiciones sobre el Tao. Así, nos relata en primer lugar,  la acogida en su casa, en La Provenza, durante un fin de semana, de un geróntologo y taoista chino, al que no conoce de nada, y que le quiere consultar al respecto de un libro que ha escrito sobre  taoismo. En ese fin de semana, ambos hombres, con muy buen humor, entablan largas conversaciones sobre el Tao, pasean, compran verduras en el mercado y cocinan al modo chino. En el segundo de los relatos de este libro, cuenta su estancia- aunque Durrell pernocta en su propio coche- en un monasterio tibetano, situado en un castillo en Francia, a donde es invitado por la comunidad que lo habita, para la celebración de su Año Nuevo. Las vicisitudes que ha de soportar, por una avería de su coche, y el mal tiempo, a su vuelta del monasterio, llevan a Durrell  a recordar otro pasaje de su vida, que sería el tercer episodio, referido a una mujer a la que llama Vega, entre otros nombres, con la que mantiene una relación de amistad/amor, que comienza al confluir en interés comùn, el de ella en Nietzsche y el de él, en Lou Andreas Salomé.

Este  libro termina con un artículo sobre el Tao, escrito por Durrell en su juventud.

El personaje del gerontólogo y sus hábitos; lo que se divierten esos dos hombres ese fin de semana, no obstante no conocerse previamente; y, las descripciones de los paisajes y lugares donde transcurren estos tres episodios, Tao aparte, bien valen la pena de la lectura de este libro.

En su otra obra, “Las Islas Griegas”, se mezclan recuerdos personales del autor y la historia de las islas por las que nos va guiando. Intenta, nos dice en el Prefacio de su libro, contestar a dos preguntas:”¿qué le hubiera gustado saber cuando se encontraba allí? y ¿qué lamentaría haberse perdido?” Maravilloso libro y maravillosa literatura, también.

Autor: Ampa Casañas

1 comentario:

  1. Leí "Una sonrisa en el ojo de la mente" hace años, cuando trabajaba de ordenanza en un ministerio y me pasaba las tardes leyendo. Recuerdo que llegué a él a través de Henry Miller, que era muy amigo de Durrell y que hablaba maravillas de este librito. Guardo un recuerdo precioso de aquella lectura, con la que di mucho la lata a mis amigos en aquella época. Recuerdo con especial cariño (como a un amigo al que hace tiempo que no veo) a aquel chino que aconsejaba cortar en trozos muy pequeños los alimentos, para aprovecharlos al máximo.
    Recuerdo también haber leído, por aquella misma época, en cuatro tardes, el "Cuarteto de Alejandría". En la universidad nos habían dicho que era una misma historia contada desde cuatro puntos de vista diferentes, como hace Agatha Christie en "Cinco cerditos". Pero descubrí que no era exactamente así. No era algo tan sencillo. Hay mucho cambio de perspectiva, pero hay muchas más cosas (aparte de que el último tomo, "Clea", contaba unos hechos muy distintos de los de los tres primeros). Uno de los defectos que yo encontraba a estos libros es que todas las voces sonaban parecido, no estaban suficientemente diferenciadas, para mi gusto. Pero recuerdo la lectura de "Justine" como una de las experiencias más altas de mi vida de lector. Qué narración tan inteligente, tan honda y sobre todo tan delicada. Cómo nos deslumbran y enamoran los sentimientos de Justine, tan finamente analizados y expuestos. Yo viví en la atmósfera de "Justine" durante mucho tiempo. Poco después fui a Alejandría y me alojé en el Hotel Cecil, solo por seguir viviendo aquella atmósfera. En el vestíbulo aún estaban las palmeras junto a las que se sentaba Justine y el espejo en el que se reflejaba, todo ya muy envejecido. Era un poco triste.
    No conozco "Las islas griegas". Gracias, Ampa, por la recomendación.
    Emilio

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