En muchas ocasiones hemos escuchado –y leído– el comentario: Basado en hechos reales. Como si eso diera mayor valor a lo escrito; como si una trama basada exclusivamente en la imaginación del autor devaluara la trama. Como si la mayor o menor autenticidad (verosimilitud, importancia) de lo narrado dependiera, de forma primordial, del grado en que hubiera ocurrido en la “vida real”.
Yo mismo, con motivo de alguna de mis novelas, he sido preguntado por la autenticidad o realidad de los hechos allí narrados. Y si se me ha ocurrido decir que en su mayor parte son cosas de mi imaginación, he notado de inmediato un gesto de desilusión en mi interlocutor; y casi casi como si se me estuviera acusando de haber cometido un fraude.
De nada vale argumentar que eso no es lo importante de una novela, que esta debe considerarse un universo independiente, que lo significativo es su capacidad de revelarnos aspectos escondidos de nuestra naturaleza y del mundo, etc. Sí, vale –se nos contesta–, pero a mí lo que me interesa saber es si eso que cuentas en tu novela ocurrió realmente.
Me parece que seguirá siendo un debate incesante, que presenta muchas aristas y preguntas tan interesantes como lo que sea la realidad y si esta puede transmitirse a través de la escritura.
A tal respecto, dos reflexiones.
La primera tiene que ver con el hecho de que muchas veces la buena literatura describe la realidad de una manera absurda, fuera de lo que llamamos el sentido común, y sin embargo sentimos y tenemos la impresión de que nos está revelando aspectos escondidos pero esenciales de nosotros y nuestro mundo. ¿Tendrá eso que ver con que, más allá de la máscara del sentido común, la realidad es en verdad absurda y, a su modo, la literatura lo pone de manifiesto?
Como apoyo a esto me refiero a esa concepción (revolución) de la realidad física que se fundamenta en la mecánica cuántica, concretamente en una teoría de Richard Feynman y que hoy en día se aplica y se comprueba experimentalmente. Viene a decir que si para ir de A a B hay muchas alternativas (historias, cada una con una probabilidad determinada), entonces el resultado es la suma de cada una de ellas: todas las historias se producen simultáneamente y colaboran al resultado final. El mismo Feynman decía:
"La mecánica cuántica describe la naturaleza como algo absurdo desde el punto de vista del sentido común. Sin embargo, los experimentos lo certifican. Espero que ustedes puedan aceptar a la naturaleza tal como es: absurda".
La segunda tiene que ver con lo que Thomas Bernhard afirma sobre el intento de transmitir “la verdad de los hechos” a través de la escritura. En El sótano, el segundo libro de su monumental autobiografía, dice:
Describiremos una cosa y creemos haberla descrito de conformidad con la verdad y con la fidelidad a la verdad, y tenemos que comprobar que no es la verdad… Describimos algo verídicamente, pero lo descrito es algo distinto de la verdad… Durante toda mi vida he querido siempre decir la verdad, aunque ahora sé que estaba mintiendo. En fin de cuentas, lo que importa es sólo el contenido de verdad de la mentira. La sensatez me ha prohibido ya hace tiempo decir y escribir la verdad, porque con ello, sin embargo, sólo se dice y se escribe una mentira, pero escribir es para mí una necesidad vital, y por eso, por esa razón escribo, aunque todo lo que escribo no sea sin embargo más que una mentira que se transporta a través de mí como verdad. Sin duda podemos exigir la verdad, pero la sinceridad nos prueba que la verdad no existe. Lo que aquí se describe no es verdad; y no lo es por la sencilla razón de que la verdad sólo es, para nosotros, un deseo piadoso.
A la luz de estas dos reflexiones, cabría preguntarse si no es precisamente esa literatura que se proclama “Basada en hechos reales” la menos fiable.